miércoles, 29 de julio de 2009

El chico del pelo largo que vivía en una casa de radio

El chico del pelo largo siempre soñó con el silencio, con estar en un sitio y no escuchar nada, ni su respiración. Sus padres, claro, montaron en cólera con la noticia, porque aquella, su casa, era una casa de radio. Las había hasta en el baño, de esas con una ventosa que se pegaba al cristal y cuya batería era innagotable, de Jiménez de los Santos a Cristina Lasvignes, radiaba a todas horas y todas las cadenas, aquellos apararitos repartidos por toda la casa no dejaban de escupir las voces de los locutores de moda. Por eso el chico del pelo largo tenía un problema. No conocía el silencio, el total, el absoluto. Cuando era de noche sacaba la cabeza por la ventana tratando de escapar a Hablar por hablar, pero allá había sirenas, coches y gritos y ni siquiera tapándose los oídos con las manos era capaz de escapar de los ruidos, de los dentro y de los de fuera. Eso sí, en su casa no se hablaba, para eso ya estaba la radio, cuando sus padres querían decirse algo, esperaban pacientemente a que el locutor de turno dijera algo parecido a lo que querían decir y subían el volumen. Así eran se comunicaban desde siempre. El chico del pelo largo un día, harto de que nadie le escuchara en una casa en la que básicamente sólo se escuchaba, se marchó. Detrás dejó cincuenta y un aparatos de radio destripados para emprender un viaje al fin del mundo, por si allí se escondiese el silencio, para escucharlo por una vez en su vida.

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