jueves, 21 de agosto de 2008

Desde Madrid

De nuevo escribo con el corazón en un puño, de nuevo un azote a Madrid. Ayer, a esta hora, sólo una imagen, una humareda vista desde Telecinco que nace en Barajas. Una humareda demasiado densa para no ser nada. Temo volar. Siempre me ha dado pavor y evito, siempre que puedo, los aviones. Cuando uno los ve, piensa cómo narices volará. En mi último vuelo, hace once días volé con Spanair desde Tenerife. Mi avión, uno similar al que estalló ayer, quizá el mismo, nunca lo sabré. Tuve miedo. Me tomé un Lexatín, a pesar de mi miedo, nunca había echado mano de los ansiolíticos hasta esta última vez. Esperamos horas a tomar nuestro avión, las maletas subían y bajaban ante diez personas congregadas ante el avión, decidiendo si volaba o no. No lo quiero pensar. No lo quise pensar entonces, tampoco puedo ahora. Recuerdo que, justo antes del embarque, le pregunté a un hombre de Aena que qué pasaba, que si era peligroso volar y me replicó con seguridad que si la compañía eran Iberia, Spanair y otra cuyo nombre no recuerdo, no podía haber miedo, que con éstas no había problemas. Once días después quizá no piense lo mismo.