lunes, 30 de junio de 2008

Calores españoles

Ya hace calor y España es campeona de Europa. España es campeona de Europa y hace mucho calor. Mi amiga Ana ya no está y para encontrarla en Las Alitas o en el VIPS de la Ribera de Curtidores deberé ir primero a Rentería. Me duele la cabeza y no sé si es por mi Nuvaring (me han dicho que los anticonceptivos te producen dolor de cabeza) o por el inmenso sofoco. Duermo con el Señor Jota a ritmo de ventilador y mi corazón se mantiene ajeno a la brisilla caliente que surge del aparato, siempre está ardiendo, tanto su piel como mi corazón. Regreso de vacaciones y en tres días ya acumulo más estrés que en el mes previo a antes de irme. Pero España es campeona y eso como que lo alivia un poco todo. Fernando Torres, además, marcó el gol de la final. El gol de la Eurocopa. El gol del título. El único gol. El que pasará a la historia. Y, para los que somos rojiblancos, eso alivia el calor y todo lo demás, porque ese gol lo marcó nuestro Niño que, aunque esté en Liverpool y no en el Atleti, nunca se ha ido del todo...

lunes, 9 de junio de 2008

¿Apocalipsis?

Apocalisis. Guerra total. Supermercados vacíos. Pillaje. Piquetes. Hambre. Ruina. Silencio. Miedo total. Terror a secas. Todas estas palabras se me venían a la cabeza hoy, con las imágenes de los Informativos de Telecinco repitiéndose en mi cabeza: carreteras colapsadas, estantes vacíos, reporteros ante las cámaras en Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante, Sevilla y Granada hablando de desabastecimiento, de falta de alimentos. Eso y un mensaje de mi padre: "Compra leche y cereales que se prevé falta de alimentos básicos". Y, por supuesto, corrí del Calderón al Mercadono sobre mis doce centímetros de tacón sin tiempo ni intención de pasar por casa para cambiarlos. ¡Se acaba el mundo! Tengo que comprar leche, atún, pasta y arroz para comer cuando los supermercados deban cerrar porque ya no pueden vender nada, todos sus estantes están vacíos, en las gasolineras habita el polvo y la crisis empieza a tener el sonido de nuestras tripas pidiendo comida. ¡Pero qué locura es esta! ¡Por Dios! Me he gastado sesenta euros en el Mercadona, he pujado como una tonta por siete bolsas de plástico y una caja de leche sobre mis doce centímetros, me he destrozado los pies, pero eso sí, tengo la despensa llena, por si acaso.

lunes, 2 de junio de 2008

Sobre príncipes y ranas

Cuando el señor Jota me abraza, a veces, se detiene el tiempo.
Lo sentí anoche, mientras veía Persépolis y él arribaba de su pueblo envuelto en una nube de Hugo Boss y alcohol de la noche anterior. Me abrazó mientras metía la cabeza en mi cuello y me respiraba, me abrazó sin mirar la televisión, sólo respirándome a mí. Toda la vida espere conocer a alguien como el señor Jota: si cuando era chica me hubieran pedido un retrato robot del que, soñaba, sería el hombre de mi vida, quizá le hubiera dibujado a él. Pero me perdí por el camino. Los cuentos de hadas me hicieron soñar demasiado, anhelar mucho de quien poco merecía, saturarme de historias en las que sólo uno amaba y ese uno era yo, autodestruirme, destruir aquella niña que soñaba y escribía con príncipes azules. El señor Jota llegó cuando ya no esperaba que nadie llegara, cuando descubrí que a las niñas no deben leérseles aventuras de príncipes azules, porque ninguno de ellos, ni el Blancanieves ni el de la Bella Durmiente ni el de la Cenicienta, salieron jamás de los cuentos. Ni siquiera disfrazados de rana.
Ahora sigo sin creer en los príncipes. Pero creo en las personas. Creo en el señor Jota.