lunes, 2 de junio de 2008

Sobre príncipes y ranas

Cuando el señor Jota me abraza, a veces, se detiene el tiempo.
Lo sentí anoche, mientras veía Persépolis y él arribaba de su pueblo envuelto en una nube de Hugo Boss y alcohol de la noche anterior. Me abrazó mientras metía la cabeza en mi cuello y me respiraba, me abrazó sin mirar la televisión, sólo respirándome a mí. Toda la vida espere conocer a alguien como el señor Jota: si cuando era chica me hubieran pedido un retrato robot del que, soñaba, sería el hombre de mi vida, quizá le hubiera dibujado a él. Pero me perdí por el camino. Los cuentos de hadas me hicieron soñar demasiado, anhelar mucho de quien poco merecía, saturarme de historias en las que sólo uno amaba y ese uno era yo, autodestruirme, destruir aquella niña que soñaba y escribía con príncipes azules. El señor Jota llegó cuando ya no esperaba que nadie llegara, cuando descubrí que a las niñas no deben leérseles aventuras de príncipes azules, porque ninguno de ellos, ni el Blancanieves ni el de la Bella Durmiente ni el de la Cenicienta, salieron jamás de los cuentos. Ni siquiera disfrazados de rana.
Ahora sigo sin creer en los príncipes. Pero creo en las personas. Creo en el señor Jota.

1 comentario:

Carlos Mateos dijo...

Este país se divide entre quienes creen en el señor Jota y los que creen en Pedro Jota.